Saturday, November 18, 2006

Raíces...

Luego de esa brusca batalla contra el amanecer, nos íbamos al comedor a tomar desayuno. Con el tiempo he descubierto que allí se manifestaba, solapadamente, la diferencia de clase entre las internas porque al café con leche y pan debíamos agregarle nuestro aderezo o, mejor dicho, aquél que representaba el poder adquisitivo de cada familia.
Yo era una de las mejores dotadas para ése y otros menesteres, ya que mi condición de hija única me hacía gozar totalmente del escuálido sueldo de mi madre.
Provenía de una familia de trabajadores y estudiantes, integrada por mi abuela (todo un personaje de antología por el poder absoluto del lado más oscuro y pernicioso de sus genes); mi madre, una mujer joven que se había visto enfrentada al mundo del trabajo luego de infructuosos y rebeldes intentos por estudiar y por un embarazo repentino que le había trastocado la vida a los 20 años; y mis dos adolescentes tíos: José, que intentaba ser el hombre de la casa en medio de un matriarcado implacable y Pamela, mi tía distinta, rebelde, que parecía más un accidente en la casa que una integrante sanguínea de la familia... y yo, una persona con apellidos prestados y a punto de cristalizar un desarraigo venoso e imperecedero: crecer en dos mundos: tener una vida de lunes a viernes y otra los fines de semana.

Despertar...


A las 7 de la mañana de cada día, los dormitorios se poblaban de ruidos y andares de las "tías" que proclamaban el momento de levantarse.
Rápidas algunas, entumecidas otras, nos dirigíamos a la ropería en busca de nuestros útiles de aseo para el baño diario.
La ropería era una amplia habitación con muebles que contenían los casilleros de todas nosotras y marcado con aquel número que nos identificaba más que el nombre....Yo era el 8; toda mi humanidad y patrimonio lucía este signo y sólo faltaba que me lo imprimieran, a fuego, en mi frente.
Una vez que lográbamos asir el despertar y cogíamos los bártulos, pasábamos a un tocador, plagado de lavamanos, duchas y retretes que revivían cada mañana con nuestros bostezos y alaridos por el frío de las baldosas y la inclemencia del agua helada.
La ducha fría era para que templásemos nuestro carácter y creciésemos al amparo del rigor que nos alistaba para sobrevivir cualquier infortunio que pudiera asaltarnos a la vuelta de una de las tantas esquinas de la vida...

Creo que me duché muy poco en mi infancia.

Declaración de principio...

Hoy debiera ser un día como cualquier otro y una hora como tantas que se han acumulado en este devenir que lleva mi nombre como protagonista.
Sí, soy yo y ésta es mi historia que ahora dejo aquí, tal vez, un intento vano por despercudirme de aquello que sé es lo único mío: los recuerdos.
Antes de comenzar, debo dar una explicación que justifique el siguiente parto que, quizás, sea el único que asole mi humanidad.
"SOY PRESA DEL DETERMINISMO".
La que ahora escribe es el resultado de todos y de cada uno de los sucesos que renacerán en esta virtual hoja de papel...
Hago una reverencia frente al pasado porque es lo más cercano a la certeza que he tenido y, sin duda, tendré. Es el único atisbo de cordura y, al mismo tiempo, de locura que atraviesa mi paso por este calendario.
Pero...¿a título de qué demorar la avalancha de imágenes que se agolpan en mis sienes y se disputan el palco de mis retinas? ¿Por qué no saltar al vacío de una vez?
No habrá un hilo conductor en esta historia, como no lo ha habido en mi vida; más bien será una apariencia de cronología, como aparente ha sido la linealidad de mis años.
Voy, entonces, a desandar los pasos como una búsqueda casi frenética del impulso que necesito para despertar mañana y... al mañana.